Nota "Las consolas que supimos conseguir"

MEDIO: Revista Games Tribune (España)
FECHA: Junio 2010
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Las consolas que supimos conseguir...

Coronados de gloria, los gamers latinoamericanos siempre fuimos auténticos adictos. Sin embargo, la inevitable relación de las economías nacionales con el poder de consumo digiere un mecanismo de tránsito lento: en la mayoría de las veces, los latinoamericanos llegamos tarde.
Cuando en los Estados Unidos, Japón y en los principales países de Europa, naturales mercados del primer mundo, salían las consolas y video juegos de vanguardia, aquí, lamentablemente, las recibíamos con una desagradable incongruencia temporal. Se desestimaba, por entonces, a un mercado inmenso.
Hoy la situación es diferente. En cuanto las majors apuntan sus cañones a la distribución, ahora, también miran para Latinoamérica. Y no es casualidad... Con la “democratización de la tecnología”, la mayoría de los usuarios latinos podemos disfrutar en tiempo y forma de las novedades de la industria. Whatever that means, si sale, aquí llega. Otra cuestión será, por supuesto, el tema precios...
Hagamos un rápido ejercicio de pensamiento: por estos lares somos futboleros, y en épocas de mundial quedará bien su mención, de manera que tomaremos al Pro Evolution 2010, de PlayStation 3, como patrón para medir los mercados y sus manifestaciones. En Mercado Libre, el sitio líder de compras y ventas por Internet más grande de toda América Latina, está publicado a un promedio de U$S 65 por unidad. En eBay.com, website pionero de compras por Internet, figura a menos de la mitad: unos US$ 30. Por su parte en la norteamericana Amazon, como era de suponerse, los precios son notablemente similares a este último. Pues entonces, ¿qué hace encarecer tanto al producto final? ¿Son las exportaciones, importaciones y retenciones o es el aprovechamiento capitalista? Estimo, ésta, será un discusión que necesitará de, al menos, algún economista de perfil internacional como para explicar bien la cuestión, una voz académicamente autorizada. De momento, como usuario y como trabajador de la industria, me duele. Y lo hace ahí donde más se siente: en el bolsillo (sí, románticos, también me duele en el corazón, pero comemos con billetes).
Cuando los objetos se hacen fuera del país, uno entiende el trajín de que cuesten un dinerillo extra, pero tampoco es posible tolerar el abuso constante. Digamos, valga el ejemplo, cuando un colombiano compra un game, con el mismo capital, un irlandés puede comprarse dos. Es injusto.
Si hablamos en términos comerciales, el mercado latinoamericano es tan heterogéneo e importante como el del resto del mundo, pues: ¿por qué motivo, razón o circunstancia recae sobre él un aumento notorio a este bien (cultural, porque actualmente los fichines son “cultura”) de consumo? Si bien es cierto que algo pasó en el medio, hace una década las consolas tardaban años en llegar, y en este entonces aterrizan en simultáneo pero exageradamente caras, no es completa ni genuina la ecuación. Como beneficiarios, si bien celebramos el advenimiento de la tecnología, exigimos precios más acordes a nuestra economía sin que tantas malignas convertibilidades afecten al producto. No será un tema de Estado, pero es un tópico de necesario debate.
Enciendo la llama para ver la luz, pero difícilmente conozca las respuestas a todos los interrogantes videojugabilísticos. Uno imagina, más sabe el Diablo por mañoso que por Diablo, que la forma lógica para que se ajusten los precios es “no comprando”, por una cuestión de expresión. Aunque realmente no creo que esto determine una constante crónica. No obstante, la forma correcta, do the right thing, es exigir con respeto. Exigir a las grandes distribuidoras e importadoras precios más acordes. Exigir a los vendedores que cumplan con el pacto implícito de fidelidad. Exigir a los que intentan sacarte unos morlacos de más que no lo hagan. Exigirte a ti mismo como motor de economía. Exigir, esa es la cuestión.

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