Stoner animado para el Suple No en Taringa!

MEDIO: Taringa!
FECHA: Junio 2013
Levantaron mi nota sobre cartoons lisérgicos en Taringa!

Presentación del libro Encerrados toda la noche, el cine de John Carpenter

MEDIO: Blog de Encerrados toda la noche
FECHA: Junio 2013
La entrada al blog, acá.

El sábado 15 de junio, en el marco de la 7ª edición de FanSci, tendrá lugar la nueva presentación del libro Encerrados toda la noche: el cine de John Carpenter. Allí estará el autor, Matías Orta, junto al periodista Hernán Panessi. La charla estará centrada en John Carpenter y la ciencia-ficción.
El evento se llevará a cabo a las 13 hs., en el Centro Cultural Galicia (Bartolomé Mitre 2552, CABA).
Además, habrá ejemplares a la venta, al precio promocional de $60 y con posibilidades de llevarse firma de Matías.
Los esperamos. Obey.

Entrevista a los japoneses de Distant Worlds

Entrevisté a los Distant Worlds, los hacedores de la banda sonora de los Final Fantasy, para el Suple No.

| Por Hernán Panessi

Curioso es el caso de Distant Worlds, orquesta sinfónica compositora de bandas sonoras de videojuegos. ¿De cuáles? Fundamentalmente, de la serie Final Fantasy. Por eso, en el marco de su gira mundial que los llevó por Europa, América del Norte, Asia y Australia, este jueves 20 de junio a las 21Hs, en el Teatro Gran Rex, darán un concierto multimedia llamado Distant Worlds: Music from Final Fantasy.

“Los fans de Distant Worls son, sin dudas, fanáticos de los videojuegos. Y tienen una verdadera pasión por Final Fantasy más que por cualquier otro”, dice Nobuo Uematsu, compositor principal de la música de la saga, al NO. Final Fantasy, claro, es una franquicia de videojuegos de rol en plan fantástico vigente desde el año 1987. Aquella primera versión, que hoy es leyenda, salió para la vieja y conocida Nintendo 8bits, esa misma que por acá se conoció como Family Game, ¿se acuerdan? Por lo demás, su última edición, anunciada para las consolas de vanguardia PlayStation 4 y Xbox One, es la XV. El dato: aún no tiene fecha confirmada de lanzamiento.

Y es Final Fantasy una saga que arrastra miles y miles de seguidores. “La audiencia llora cada vez que escucha sus canciones favoritas”, señala Uematsu. Se sabe: entre los seguidores de Distant Worlds, hay muchos fanáticos del animé, los mangas, los cosplays y las expresiones japonesas en general. Y aquí, entonces, la combinación de artes hace sólido un espectáculo que promete nostalgia, emoción y muchísima pero muchísima nerdencia.

La dirección del show –ese que tendrá una orquesta sinfónica, coro y solistas vocales e instrumentales de renombre- correrá por parte de Arnie Roth, un conocido compositor de música de fichines, ganador de un Grammy. Roth: “Creo que es útil para las bandas sonoras de videojuegos tener un trasfondo amplio, influidos por muchos géneros y estilos”. Y este trabajo tan cuidado, a su vez, devuelve una fidelidad inusitada en sus jugadores. “Esta música trae de vuelta momentos especiales de su vida, del crecer o, asimismo, de ciertas relaciones especiales”, apunta Uematsu. Y el maridaje de bandas sonoras y games llega al súmmum máximo con Distant Worlds, la orquesta que hizo carrera componiendo música para jueguitos.

Cartoons lisérgicos, dibujitos animados para fumones

Escribí una nota extensa -que fue tapa del NO- sobre dibujitos animados para fumones.

Algo pasó, de un tiempo a esta parte, con el mundo de los dibujitos animados. Las nuevas generaciones de cartoons se cayeron, como Astérix el Galo, en una olla repleta de poción mágica que bien podría ser ácido lisérgico. Y en un tendal que une a Ren & Stimpy con Hora de Aventura, el público objetivo de este tipo de productos devino, sobre todo, en adolescentes barbudos y adultos criados a fuerza de rayos catódicos. Hoy, son furor entre los grandes y chicos los cartoons lisérgicos. ¿Qué son? ¿De dónde vienen? ¿Hacia dónde van? Y la respuesta más aproximada probablemente esté en el consumo germinal de quienes ahora son formadores de opinión: las nacidos entre los ochenta y noventa. Por cierto, las mediciones de audiencia en Estados Unidos muestran que el mayor público del canal Cartoon Network está en la franja de entre 18 y 39 años. En nuestro país, aquellos jóvenes cultores de la revista Lazer, el Club del Anime, las consolas de videojuegos y las tardes de Magic Kids son, por este entonces, quienes mueven el pulso de los medios masivos de comunicación y, principalmente, de esa gran máquina replicadora que es Internet.

Y la lisergia, por caso, tiene distintas arterias de acceso: mientras los más chicos se prenden del estallido de colores y de los guiones sin sentido; los grandes se enganchan con las referencias poperas, triperas y descerebradas. Los cereales con leche y las volutas de humo acompañan las mañanas, tardes y noches de los espectadores. Las referencias retro, los ganchos generacionales y los roces con ciertos menesteres de la adultez -edulcorados a puro ¡crack!, ¡bang!, ¡boom!- son algunas de sus mejores armas. También, el apelo a la nostalgia e, incluso, la nostalgia-de-lo-no-vivido termina siendo un factor cautivante. Así, de esta manera, y de muchas otras más, la resonancia extraña de las modas, sumado a la presión social del hipsterismo moderno, catapultó a Hora de Aventura hacia el espacio sideral convirtiéndolo en el referente natural de los cartoons stoner. Entonces, muchos tópicos de alto voltaje quedan camuflados bajo un manto de delirio y cultura pop. ¿Y la censura? Como siempre: actúa, corta, cancela y dispara. No obstante, la figura del adultescente –tan presente en estos tiempos, tan cosmogonía Judd Apatow- sujeta las velas de los dibujitos pensados para adultos. Que le gustan a los chicos. Que le gustan a los grandes. Que le gustan a todos.

Los orígenes

El primer ladrillo del cuento lo puso Ralph Bakshi en 1972 con El Gato Fritz, aquella película de animación basada en un comic de Robert Crumb. Ahí, un felino antropomórfico exploraba algunos ideales hedonistas. Y se cogía a todo lo que se movía. Por su parte, la Warner Bros, con el conejo Bugs Bunny a la cabeza, sirvió como colador de ideas adultas: referencias políticas, sexuales, sociales, humor negro. Dos cositas: ver el episodio “Rabbit of Seville”, donde Elmer el cazador se vestía de mujer para casarse con Bugs y, también, buscar en YouTube “Herr Metes Hare” para toparse con el conejo más famoso de todos lookeado de Joseph Stalin.

Asimismo, en la década del ochenta se dio una explosión de los colores como estética: Los Ositos Cariñosos, Mi Pequeño Pony y Rainbow Bright. Arco iris, arco iris y arco iris. Referencias homosexuales, psicodelia y un crisol de colores intensos, caleidoscópicos, como surgidos de un cartoncito de LSD. De más está mencionar toda esa mitología curiosa que existe alrededor de Los Pitufos. Aquella que va desde la magia negra y el oscurantismo medieval hasta el comunismo y las representaciones del mal. Por eso, la que sí va, es señalar a JEM and the Holograms, recogida como icono pop casi treinta años después de su estreno en televisión. Remeras con su rostro acompañan las pieles de señoritas de Palermo. Es que sujeto a esa misma lógica, han vuelto los ochenta en forma de consumismo pop. Según el crítico británico Simon Reynolds en Retromanía: La adicción del pop a su propio pasado: “Vivimos en una era del pop que se ha vuelto loca por lo retro y fanática de la conmemoración”. ¿Y los cartoons lisérgicos? Meramente inspiracionales, casi de consumo irónico.

Años 90

Fue éste el período de mayor explosión de los cartoons lisérgicos. La casa madre Cartoon Network, que este año sopla veinte velitas, revolucionaría el mundo de los dibujos animados a través de Genndy Tartakovsky -el creador de El Laboratorio de Dexter-, Craig McCracken -Las Chicas Superpoderosas- y Van Partible –Johnny Bravo-. A esa tríada de realizadores se le sumaría más tarde John R. Dilworth, con Coraje, el Perro Cobarde. Y estas serían épocas fundamentales para la incorporación definitiva del adulto frente a canales que se presuponen infantiles. La masificación y democratización del videocable pondría en el eje a todos estos productos vistos desde una óptica lúdica. Incluso, dice la leyenda que Craig Mc Cracken dibujó por primera vez a Las Chicas Superpoderosas pensándolas para que fueran “un éxito entre universitarios veinteañeros que fuman marihuana”. Dicho y hecho. A propósito, Pablo Zuccarino, gerente de programación de Cartoon Network, dice: “En el caso de Cartoon Network, nuestra programación resuena en esos adultos que disfrutan de nuestra personalidad y conectan con valores que integran el ADN de Cartoon Network, como la frescura, el humor, la audacia, esa capacidad de tener una mirada fresca sobre las cosas, de preguntárselas como lo hace un niño”.

Sin embargo, sería Ren & Stimpy el dibujo encargado de plantar la semilla, sembrar el cultivo y fumarse todos los antecedentes para la existencia de programas venideros. Y pese que ahora no están –tanto- en el aire y la semántica del recuerdo siempre tira para donde le parece, existe Internet para revivir aquellos mocos, pedos y tostadas en polvo tan características de John Kricfalusi, su creador. El dato es que en 1996, el canal Nickelodeon canceló el show por baja audiencia infantil, ya que la mayoría de los seguidores eran adolescentes y adultos. ¿Cuál era el gancho que los seducía? El humor corrosivo, lo grotesco, lo satírico y lo violento. Así las cosas, todos los palos a la cultura basura norteamericana hicieron de Ren & Stimpy un programa de culto. Comentan los más conservadores que incitaba al desaseo y el asco. Lo interesante: uno de sus personajes más recordados es Olorín, una flatulencia que tomaba vida.

Y en la misma vereda que Ren & Stimpy caminaba La vida moderna de Rocko, uno de los primeros Nicktoons (caricaturas producidas por Nickelodeon Animation Studios). Esta tira fue, a su vez, el germen para la existencia de Bob Esponja, ya que en ambas producciones trabajó el animador Stephen Hillenburg y hasta pueden verse paralelismos entre sus personajes y devenires. En La vida moderna de Rocko, otro de los súmmum del cartoon lisérgico, Rocko, el wallaby australiano del título, vive aventuras deformes junto a sus amigos. Nunca faltarán las insinuaciones sexuales, los testículos, los pezones y los pechos. Tampoco las parodias a ciertos gestos sociales. Por aquello, se convirtieron en furor vía Nick at Nite, la sección nocturna de Nickelodeon. Por consiguiente, a la sazón, quienes degluten este tipo de animaciones lo recuerdan con una mueca de cariño.

Los 2000

Y aquí, La Gran Bestia Pop se llama Bob y es una Esponja. Aquel, sin dudas, generó un antes y un después. Introdujo de un roscazo el concepto de lisergia tierna. Y Bob Esponja, sabemos, transita un humor diferente, radicalmente efectivo: es ñoño sin serlo. Convertido a la fama mundial, supo también saborear las mieles del fracaso: fue levantado de Nickelodeon en el año 1999. Aunque, al año siguiente, metería picos de más de 10 millones de espectadores por emisión. Sí, grandes y chicos. Y como el mundo opera con dualidades, la vereda de Cartoon Network paró a Mansión foster para amigos imaginarios en la senda de la droguita naif: unos pibes –que podrían ser cualquier sobrinito, cualquier hijito, cualquier vecinito, cualquier huevón- imaginan un mundo donde unos monstruos imaginarios toman vida. Sin lo rutilante de la esponjita amarilla, la estrellita rosada y la ardillita inteligente, Mac y Bloo le ponen el pecho a la ternura narcótica de una amistad imaginaria.

Y existen, claro, los anclajes locales. Hubo, por esos años, incluso en nuestro país, algún atisbo en realización: “Nosotros tuvimos a Alejo y Valentina que, desde el feísmo, le sumaba contenido. Pero prefiero a Mercano, el Marciano porque llamó la atención y fue precursor con un protagonista incorrecto, con su lenguaje ininteligible”, dice al NO Raúl Manrupe, autor del libro Breve Historia del Dibujo Animado en Argentina. ¿El primer antecedente? Mac Perro, del dibujante Carlos Constantini, ese que anunciaba, entre otras cosas, la finalización del horario de protección al menor y que –según Manrupe- “fue algo que intentó separarse de lo habitual, en el filo de los 60/70”.

Hora de Aventura


Parecen cualquier cosa menos un tipo y su mascota. Él, el humano, no tiene nariz. Y su mascota, el perro, se deforma, engoma y estira como plastilina invitando a formas improbables al son de sus propias patas. Adoptados como emblema por el movimiento hipster, divulgados infinitamente por la viralidad cibernética, Hora de Aventura son unos dibujitos creativos, poéticos y humorísticos. La sobreabundancia de influencias hizo de este producto la gran referencia en cartoons lisérgicos. “Aparte, los dibujos son simpáticos. Modernos, pero a la vez, con algo de muñeco de peluche. El hecho es que se venden los peluches. Son los típicos dibujos que sorprenden al adulto al pasar frente a la tele cuando sus hijos o hermanitos lo están viendo”, desliza Manrupe. Hora de Aventura, cuya canción de apertura ya repiquetea como ringtone en mil y un celulares tan sci-fi como hi-tech, se centra en dos amigos (que son, asimismo, hermanos adoptivos): Finn, el humano, un adolescente de 13 años y Jake, un perro con poderes mágicos. Muchos la apuntan como el reemplazo a la aburguesada que pegaron Los Simpson.

Con algunos momentos de animación supremos, Hora de Aventura capitaliza su revuelo en fans pequeños y adultos. “Hora de Aventura es nuestro prime time”, dirá Zuccarino. Basta con pararse en la puerta de cualquier tienda de historietas del país para ver quiénes y cuántos son los que preguntan por productos ad hoc. Por caso, Adrián Ruibal, dueño de Planetary Toys & Comics, comercio donde otrora estaría afincada la mítica comiquería Camelot, apunta: “Hora de Aventura es una de las series más populares. Vendo mucho sus muñecos y sus peluches a personas de todas las edades. Creo que tiene que ver con lo tierno de sus personajes. Pasa que llega a todo el mundo”. Desde Cartoon Network aseguran que “pese a que algunos de nuestros shows son del agrado del público adulto, nuestro foco está dirigido a los niños de 6 a 11 años, que son nuestro principal target de audiencia”.

Un show más


La vagancia para en la esquina, en la plaza y en el bar pero, también, en el yugo vertical de los televisores de tubo que se resisten a morir o en el líquido que contienen los plasmas y LCD de últimas generaciones. Ahí, en la plaza o en el yugo, con la barra y con líquidos, hay un vértice del que penden ciertos estándares: que se actualizan y crecen o quedan vetustos y mueren. Y en el colmo del hangout, ese pasado de rosca en modernidad, Un show más entendió todo: es una serie para chicos (y, ajám, para grandes) donde dos amigos de veintipico sólo quieren vaguear y estar de joda. ¿Reflejo generacional? ¿Ruido en el público objetivo? ¿Autores con doble moral? Todo eso y mucho más o nada más que todo eso.

Sujeto a una simpleza digna de campeones, con consciencia o sin ella, Un show más domina con naturalidad temáticas referidas al crecer y sus incomodidades. Para chicos que son grandes, grandes que son chicos o humanos que mañana serán cualquier otra cosa que quieran ser o no serán nada. Como ese episodio donde Mordecai y Rigby, sus protagonistas, están en búsqueda caprichosa del “mejor VHS del mundo”. Ese que fueron a alquilar por primera vez pero que ya habían alquilado anteriormente. (¿Alguien dijo faaaso?) Ese mismo que, luego, un enano barbudo les robará dándose a la fuga por las alcantarillas. Acá, queda claro que en sus repeticiones nocturnas, Un show más, la rompe toda en mil pedazos. Zuccarino: “En el caso de Un show más, los mensajes y la personalidad resuenan bien entre niños de 12 a 17 años. Esta franja de adolescencia, que oscila entre el niño y el adulto, puede conectar tanto con los aspectos más infantiles como con esta propuesta de animación con múltiples niveles de lectura”.


Sucede que esa identificación con las expresiones que le son inherentes a la cultura juvenil (por caso, con mucho de decadentismo: videoclubs, VHS que son los mejores del mundo y, claro, la pavorosa tribulación del colgado que cree hacer algo por primera vez cuando no es tal) dicen presente en todos sus episodios. Cuyo impulso hercúleo es un VHS o una flauta mágica o cualquier otra cosa que haga falta para ser feliz y rascarse las pelotas. Y si eso no es droguita, hay una verdad: siempre nos quedarán Los Teletubbies, Barney o –y este es un hallazgo de lisergia pura y dura- Baby TV. Todos son para criaturas de 6 a 12 meses. Y para fumones de unos cuantos más pero, eso sí, con la misma cantidad de neuronas que cualquier lactante promedio. O, dado el caso, tal vez menos.

¿Quién es esa chica? Anna Skellern

En el ¿Quién es esa chica? del número de junio de la Haciendo Cine, Anna Skellern.

Hay un hecho que siempre es noticia: vuelven los hermanos Coen. Y con Gambit, película en cuestión, vuela desde Australia una morocha con curvas asesinas. Se llama Anna Skellern y -desde ahora y para siempre- forma parte del semillero de esta sección. | Por Hernán Panessi

El Circuito de Mónaco es conocido por ser el circuito de carreras con más curvas del mundo. Las tiene cerradas, rectas y cortas. También, y en consecuencia, es una de las pistas más peligrosas de todas las competiciones automovilísticas. ¿Habrá pensado alguien, alguna vez, que una mujer tendría curvas más peligrosas que el circuito más peligroso del mundo? La respuesta sólo puede interesarle a sibaritas y/o curiosos, pero sí es bueno saberla: la actriz australiana Anna Skellern causa infartos. Sus curvas arrancan en un lado y no terminan en ninguno. No se dibujan ni con el más perfecto de los compases. Son impiloteables hasta para el mejor de los campeones.
Skellern, nacida un 27 de abril de 1985, es de esas mujeres que hacen doler. Como en Siren, una de horror low-budget que con sólo mirar el póster uno resigna hasta lo que no tiene por conocerla. O como en Gambit, escrita por los hermanos Coen –quienes en breve vuelven a la dirección con Inside Llewyn Davis-, remake de la película homónima que protagonizaron Shirley McLaine y Michael Caine en 1966, cuyo personaje responde al nombre de Fiona y es quien llena de juventud a un elenco que tiene en protagónico a un trío clase A: Cameron Diaz, Stanely Tucci y Alan Rickman.
Ahí, en Gambit, que estrena este mes, Harry Deane (Colin Firth) es un coleccionista de arte londinense que tiene como objetivo vengarse de un multimillonario (Alan Rickman) al que planea venderle una copia de un falso Monet. Para ello, contará con la ayuda de P.J. Puznowski (Cameron Diaz), una bella mujer con una extraña relación con esa pintura. Entre los dos, intentarán engañar al magnate para hacerse con la pintura original. Y con este film, Skellern comienza un romance con el lado más ampuloso de Hollywood: el de codearse con las celebridades desde adentro.
Por otro lado, esta morocha pulposa estuvo en el elenco de El Descenso 2 –otra de terror, malísima- pero a nadie pareció importarle. Sin embargo, Skellern, trabajadora del mundo de las series –la rompió en el programa CNNN, nunca emitido por estos lares; y pasó por otros como Lip Service, Parade’s End, Heading Out y Plebs, ignotos por este lado del mundo-, intenta seguir el linaje de australianas con base en la industria de la talla de Cate Blanchett, Judy Davis o Nicole Kidman. Aunque por ahora, y la noticia es buena, se augura un futuro cercano a féminas como Anna Torv, Melissa George o Mia Wasikowska.

Sus ojos son dos faroles. Son dos espejos de este mundo, unas puertas al más allá. Son la patria del relámpago y de la lágrima. Son... bueno, muchas cosas. Pero, aún así, con todas esas condiciones otorgadas por la providencia, es extremadamente difícil verla a los ojos. Volvamos al punto principal: las curvas. Esas curvaturas que son suyas, de todos y de ninguno. (En lateral, el cantante Tim Freedman y el host Chris Taylor comieron por acá. Por caso, Freedman, buitre, dijo: “Mi relación con Anna no terminó mal. Seguimos siendo buenos amigos y nos vemos un poco”.). ¿Cómo mirarla a los ojos cuando natura ofrece tanto por ver? Es que, para colmo de males, le gustan los escotes y... ¡qué bien le quedan! A la sazón, dicen que las mujeres tienen curvas porque están preparadas para ser madres. Y el chiste de la lactancia no lo vamos a hacer pero, de mínima, ya que estamos con los coches, las curvas y los circuitos, hay que decir que Skellern es un camión. Y en nuestro léxico ramplón, anatómicamente decimos que tiene “buenas tetas” e, incluso, podríamos usar otros apodos poco sutiles que sonrojarían hasta al más chabacano. Sin embargo, nos callamos la boca y hacemos lo único que podemos hacer: mirar la foto que acompaña esta nota.

Mención en entrevista a Ariel Martínez Herrera

MEDIO: Escrituras Indie
FECHA: Junio 2013
Mención en entrevista a Ariel Martínez Herrera, acá.

A ellos les gustó la película, Hernán Panessi, que es periodista y es crítico, hizo una crítica muy elogiosa de la peli, que a mí me sorprendió, porque vio cosas que yo no.  Me dije: “es verdad, mi película dice eso” “yo quise hablar de ese tema sin saberlo”