En el ¿Quién es esa chica? del número de junio de la Haciendo Cine, Anna Skellern.
Hay un hecho que siempre es noticia:
vuelven los hermanos Coen. Y con Gambit, película en cuestión, vuela
desde Australia una morocha con curvas asesinas. Se llama Anna Skellern y
-desde ahora y para siempre- forma parte del semillero de esta sección. | Por
Hernán Panessi
El Circuito de Mónaco es
conocido por ser el circuito de carreras con más curvas del mundo. Las tiene
cerradas, rectas y cortas. También, y en consecuencia, es una de las pistas más
peligrosas de todas las competiciones automovilísticas. ¿Habrá pensado alguien,
alguna vez, que una mujer tendría curvas más peligrosas que el circuito más
peligroso del mundo? La respuesta sólo puede interesarle a sibaritas y/o
curiosos, pero sí es bueno saberla: la actriz australiana Anna Skellern causa
infartos. Sus curvas arrancan en un lado y no terminan en ninguno. No se
dibujan ni con el más perfecto de los compases. Son impiloteables hasta para el
mejor de los campeones.
Skellern, nacida un 27 de
abril de 1985, es de esas mujeres que hacen doler. Como en Siren, una de
horror low-budget que con sólo mirar el póster uno resigna hasta lo que no
tiene por conocerla. O como en Gambit, escrita por los hermanos Coen
–quienes en breve vuelven a la dirección con Inside Llewyn Davis-,
remake de la película homónima que protagonizaron Shirley McLaine y Michael
Caine en 1966, cuyo personaje responde al nombre de Fiona y es quien llena de
juventud a un elenco que tiene en protagónico a un trío clase A: Cameron Diaz,
Stanely Tucci y Alan Rickman.
Ahí, en Gambit,
que estrena este mes, Harry Deane (Colin Firth) es un coleccionista de arte
londinense que tiene como objetivo vengarse de un multimillonario (Alan
Rickman) al que planea venderle una copia de un falso Monet. Para ello, contará
con la ayuda de P.J. Puznowski (Cameron Diaz), una bella mujer con una extraña
relación con esa pintura. Entre los dos, intentarán engañar al magnate para
hacerse con la pintura original. Y con este film, Skellern comienza un romance
con el lado más ampuloso de Hollywood: el de codearse con las celebridades
desde adentro.
Por otro lado, esta
morocha pulposa estuvo en el elenco de El Descenso 2 –otra de terror,
malísima- pero a nadie pareció importarle. Sin embargo, Skellern, trabajadora
del mundo de las series –la rompió en el programa CNNN, nunca emitido
por estos lares; y pasó por otros como Lip Service, Parade’s End,
Heading Out y Plebs, ignotos por este lado del mundo-, intenta
seguir el linaje de australianas con base en la industria de la talla de Cate
Blanchett, Judy Davis o Nicole Kidman. Aunque por ahora, y la noticia es buena,
se augura un futuro cercano a féminas como Anna Torv, Melissa George o Mia
Wasikowska.
Sus ojos son dos faroles.
Son dos espejos de este mundo, unas puertas al más allá. Son la patria del
relámpago y de la lágrima. Son... bueno, muchas cosas. Pero, aún así, con todas
esas condiciones otorgadas por la providencia, es extremadamente difícil verla
a los ojos. Volvamos al punto principal: las curvas. Esas curvaturas que son
suyas, de todos y de ninguno. (En lateral, el cantante Tim Freedman y el host
Chris Taylor comieron por acá. Por caso, Freedman, buitre, dijo: “Mi relación
con Anna no terminó mal. Seguimos siendo buenos amigos y nos vemos un poco”.).
¿Cómo mirarla a los ojos cuando natura ofrece tanto por ver? Es que, para colmo
de males, le gustan los escotes y... ¡qué bien le quedan! A la sazón, dicen que
las mujeres tienen curvas porque están preparadas para ser madres. Y el chiste
de la lactancia no lo vamos a hacer pero, de mínima, ya que estamos con los coches,
las curvas y los circuitos, hay que decir que Skellern es un camión. Y en
nuestro léxico ramplón, anatómicamente decimos que tiene “buenas tetas” e,
incluso, podríamos usar otros apodos poco sutiles que sonrojarían hasta al más
chabacano. Sin embargo, nos callamos la boca y hacemos lo único que podemos
hacer: mirar la foto que acompaña esta nota.
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