La Secretaría de Cultura de la Nación tiene una publicación llamada "Nuestra Cultura". Ahí, me pidieron una columna de opinión sobre el estado actual del cine de terror en Argentina. Esto escribí: http://issuu.com/secretariadecultura/docs/nuestracultura23 (páginas 28 y 29). La edición impresa sale en enero y es, claro, de distribución gratuita. Acá, la mención de la columna en la página de la Secretaría.
De los márgenes al centro
Hernán
Panessi
Periodista
Un músculo se desgarra, la sangre sale con presión y
unos dientes amarillentos comen las visceras de alguien que aún reposa tibio en
la calle. Y entre la irreverencia y la efectividad existe un mundo de buenas
intenciones. Por esa senda, siempre sujeta a la prepotencia de trabajo, ha ido
transitando su camino el cine de terror en nuestro país. De los márgenes al
centro, un convoy de jóvenes llevaron a cabo una revolución: la del cine
independiente. Y desde la aparición del largometraje Plaga Zombie
–cosecha 1997, manufacturada con apenas unos 150 pesos de aquel entonces- hasta
nuestros días, aquella revolución llevó esquirlas hacia lugares insospechados.
Y provistos de nada más y nada menos que sus propios medios, estos jóvenes
incentivaron a otros tantos a que construyan, consuman y crezcan. ¿Su mayor
motor? La acción. Hacer, hacer y hacer. Y empujados por una conciencia
superadora a la suma de sus carismas individuales, han ido asomándose desde los
bordes –sin que esto resultase un problema- productoras con muchas ideas y poco
capital. Una ecuación que, con el tiempo, iría repitiéndose. Así las cosas, con
tanta acción vino la profesionalización.
Bajo la intención de entretener, esta generación
aglutinó obras de todo calibre. Y floreciendo ante un mercado poco innovador,
aburrido y repleto de remakes innecesarias, trajo consigo aires de cambio. Se
sabe: los movimientos culturales siempre han sido renovadores de cuestiones
vetustas. Las intenciones rupturistas y contestatarias significan,
invariablemente, nuevas perspectivas de visión. Pero con el cine de terror hubo
mucho de causalidad y poco de casualidad: se hizo mucho, se mejoró mucho. Y
esas obras cada vez más maduras comenzaron a tomar notoriedad en el trinomio
“prensa-espectadores-festivales”. Y con ello, vino cierta legitimación. De
nuevo: de los bordes al centro. Bien vale mencionar que los movimientos
culturales, históricamente, han sido poco permeables y éste, a la sazón,
encuentra en la amistad –y, por consiguiente, en su permeabilidad, en la
capacidad de hacer partícipe a cualquiera- otro de sus pilares. Es que si se
repasan los nombres de las obras, todos se funden y confunden entre sí. Se
torna apenas visible la línea que divide al quién es quién, donde todos hacen
todo con todos. Y de nuevo, hacer. Y otra vez, la amistad.
Hablar de obras en particular –más allá de las
canónicas, caso Habitaciones para Turistas, Jennifer’s Shadows o
la mencionada Plaga Zombie- sería restarle mérito al movimiento en su
conjunto. Y si bien Argentina ha tenido ciertas experiencias con del cine de
horror –nunca está de más recordar a Narciso Ibáñez Menta-, pocas veces con la
constancia de estos tiempos. Asimismo, ha ocurrido que muchos de los partícipes
de proyectos de terror independiente –definamos “independiente” como
“autogestionado y sin ligazón a ningún organismo cultural o filantrópico”-
están trabajando en el cine industrial. Sus historias son, ahora, financiadas
por el INCAA y eso es un paso hacia adelante. Eso, por caso, es crecer. Nobleza
obliga mencionar que la última gestión del INCAA ha abierto las puertas para
que proyectos otrora negados, hoy sean parte de una palestra que contiene
multiplicidad de voces. Y la pluralidad, sabemos, es eje de construcción. Y
detrás, se nota, hay gestión: por eso INCAA TV y su programación tan ecléctica
como inclusiva, por eso los Espacios INCAA donde hasta la película más pequeña
puede conseguir un “estreno nacional”.
Y si hablamos de méritos, las partícipes del cine de
terror contemporáneo gozan de una herramienta innata –también desarrollada y
voluntariosa- que es: hacer muchísimo con poquísimo. Le propongo a usted,
lector, una dialéctica simple: entrar a YouTube y buscar, por ejemplo, “Daemonium”.
Y es muy probable que se sorprenda cuando vea –aquí no le voy a contar qué
verá- que aquello fue hecho con un presupuesto mínimo y autogestionado.
Entonces, la contraseña universal del “hacer” toma dimensión de bandera: hacer
para crecer. Y que eso entretenga. Y que aquello cuente una historia, que tenga
corazón. Mientras tanto, un postulado se libera como un mantra: amistad,
amistad, amistad. Y tras esos dientes amarillentos que desgarran músculos y
salpican sangre, el terror argentino sonríe de parabienes.
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