MEDIO: Suple No, Diario Página|12
FECHA: Febrero 2013
Ouya, primera nota en el Suple No. ¡Yey!
Un dúo de
desarrolladores independientes patea el tablero: crearon la primera consola de
videojuegos con código abierto, basada en Android y financiada por plataformas
colaborativas. ¿Estamos en las puertas de una (nueva, nueva, nuevísima)
revolución? Ya hay argentinos que la tienen. | Por Hernán Panessi
Parecía difícil.
(Más no imposible.) Se está expandiendo el mercado de los videojuegos. Y fue el
año pasado, cuando apareció una película que contaba las peripecias de un grupo
de jóvenes desarrolladores intentando terminar y posicionar sus productos. Por
caso, “Indie Game: The Movie” reflotaba la esperanza de quienes daban toda su
vida por los fichines (“Si fracaso, me suicido”, diría allí el intenso Phil
Fish, creador del indie game FEZ) y a cambio recibían... bueno, no mucho. Y
desde ahí, bajo esa coyuntura, enlazados a aquella lógica de autogestión y puro
pecho, brotó una sentencia que incita novedad: una consola de videogames que
permite hacer tus propios juegos, publicarlos y hasta incluso modificar, toquetear,
hackear, hacer crecer su hardware. Se llama Ouya (se pronuncia: “UUU-yah”),
saldrá en marzo, es norteamericana y se parece a un cubo Rubik.
En los cambios
de paradigmas tecnológicos, Ouya, que se dispara a la dimensión sideral de las
epopeyas modernas, se inscribe al concepto de “código abierto”. Aquel donde el
software deviene libremente apoyado en los beneficios de poder acceder a su código.
Sí, con fuente abierta y, otra vez, modificable, toqueteable, hackeable, lista
para crecer. Así, la Ouya, consola de videojuegos que funciona con el sistema
operativo Android, fue posible gracias otro de los experimentos más novedosos
del 2.0: el crowdfunding. Julie Uhrman (fundadora) e Yves Behar (diseñador)
subieron el proyecto a Kickstarter y el primer día obtuvieron 950 mil dólares y
unos -¡atención!- 8.5 millones de dólares en total. Si bien todavía no se
oficializó su venta, ya hay argentinos que la tienen: “Estamos haciendo pruebas
para ver cómo funciona”, dice Hernán Sáez, desarrollador independiente en
Videogamo (responsables del arcade Nave y del videoclip-juego “Hoy”, de la
banda Bicicletas). Es que Ouya todavía es un prototipo. Un concepto mutable que
busca feedback (otra vez: autogestión, retroalimentación) para encontrar su
punto justo. ¿Cómo conseguirla? A través del sitio de la compañía (www.ouya.tv) y se
podrá reservar vía Amazon.
Y en el mejor
momento de los videojuegos independientes, la empresa Activision anuncia el
nuevo Call of Duty -juego de disparos en primera persona que, a esta altura, y
casi ininterrumpidamente desde el 2003, cuenta con una frecuencia anual-
denotando el poco riesgo que abordan las grandes compañías. A costa de sus
presupuestos astronómicos -la realización de un Call of Duty cuesta algo así
como 40 millones de dólares: ¡es Hollywood en fichines!-, las grandes compañías
no se la juegan: van a lo seguro. Por ello, desde los márgenes, ocurre un fenómeno
inverso: se da rienda suelta a la imaginación, suceden los milagros (¿quién
imaginaría, por ejemplo, a un juego protagonizado por un pedazo de carne saltarín
financiado por el mainstream? Buscar en YouTube -para volverse locos-: Super
Meat Boy). Así, el culto por lo diferente sumado a los nuevos aires traídos por
plataformas de difusión como el Steam (o para juegos independientes: Steam
Greenlight, donde desarrolladores suben sus proyectos, el público los vota y el
ganador obtiene una distribución mundial, convirtiendo cualquier juego hecho
por algún hijo de vecino en un éxito instantáneo) sin olvidar al boom 2.0 de la
financiación colectiva, hicieron que proyectos como Ouya se posicionen
directamente en un lugar de privilegio. Ese que, en la historia de Kickstarter,
nacidos allá por 2009, se erige como el segundo en obtener más dinero, detrás
de la aplicación de diseño Peeble: E-Paper Watch, que recibió más de 10
millones.
Ante la salida
de consolas, y pese al avance en identificación de sectores de consumo, los públicos
que corresponden a cada quién, han sido siempre una incógnita. Por eso, hay que
tener en cuenta algo: Ouya no competirá directamente con Microsoft, Sony,
Nintendo et al., sino que viene a captar un nicho abandonado por las grandes
firmas: el de los hardcore gamers, los desarrolladores, los de la cultura
independiente, los amantes del retrogaming y, ajám, en consecuencia, los
modernosos. En un momento histórico en donde los smartphones, las tablets y las
PC están ganando terreno, Ouya arremete -¿lo hará como una tromba o será,
apenas, una consola más?- como un concepto intermedio: es barata (costará unos
99 dólares), portable, tiene Internet, gamepads y se juega con una tevé. Parece
que el cosmos de los desarrolladores se volcará hacia ahí. Habrá que ver,
claro, cómo se monetizará el asunto para que todos salgan ganando.
Dado que aún no
hay juegos terminados –quienes tienen el hardware lo consiguieron a través del “kit
de desarrollo” ganado en Kickstarter por $700 dólares-, lo que abundan son
demos, emuladores y juegos en versión beta. “Estoy en la mesa de trabajo. Tengo
como proyecto hacer un juego para la Ouya”, dice Douglas Grillet, desarrollador
egresado del la escuela Image Campus, otro de la tríada de personas que poseen
la consola en nuestro país. El tercero es Máximo Balestrini, también de
Videogamo. Aquí, entonces, el mercado más razonable será el del Free-To-Play
(no, no hace falta Wikipedia: cualquier videojuego social/aplicación movil que
dé la opción a los usuarios jugar o descargar sin necesidad de pagar –un
saludito para Steve Jobs por acá-), monetizando cuestiones satelitales como más
niveles, elementos adicionales y cuestiones estéticas. A la sazón, Grillet
agrega: “Se trata de una consola muy poderosa. Posiblemente más que un
PlayStation 2 y un Xbox 1 juntos”.
La Ouya, que
todavía no terminó de desembarcar y ya prometió renovarse una vez por año,
tiene algunas saludables competidoras. Tal es el caso de Gamestick (www.gamestick.tv),
que también funcionará en base Android. Pero, claro, al tratarse de la primera,
mantiene el foco de atención. El mismo que posicionaron Google, Netflix, Amazon
y Hulu para aliarse y hacer servicios de streaming en conjunto. El mismo que en
la última Game Jam –suerte de zapada universal de desarrolladores que tiene en
la Global Game Jam a su mamá y papá- convocaron cibernéticamente a miles de
personas para proponer prototipos de juegos. El mismo que, en un momento donde
las industrias culturales empujaron una lucha contra la piratería, los usuarios
(y por extensión: la industria independiente) se ponen en guardia y lanzan una
piña llena de ideas. Así las cosas, los márgenes le dan un F5 a la industria.
Una vez. Y otra vez más. Y todas las veces que sea posible hasta que la cosa se
actualice.
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