En contra de las series
Las series forman parte
del cotidiano. Los espectadores han abandonado al cine para abrazarse al calor
de los rayos catódicos. El tiempo invertido. El manejo de la culpa. La
matemática y su productividad. La impostura por pertenecer. El adentro y el
afuera. El poder chamánico del “no”. | Por Hernán Panessi (@hernanpanessi)
El hombre de nuestros
días vive tratando de causar buena impresión. Su principal desvelo es la
aprobación ajena. Para lograrla existen diferentes métodos y estrategias. Una
de ellas, muy común por estos tiempos, es seguir series. Y la patria
mass-mediática se ha encargado de señalar con el dedo bien turgente que, hoy,
no ver series es sinónimo de quedar afuera. Porque, claro, hay que saberlo:
para todo, hay un afuera y un adentro.
En las redes sociales,
ahí donde vive el Demonio, allí donde Mefistófeles muestra su cara más
tentadora, se replica el gusto por las series. ¿Seguir quince temporadas?
¿Anclarse en una historia movida por un episodio piloto vendido a las corporaciones
para ver si pican? ¿Años de acompañar personajes cuyo máximo combustible es el
rating? En la obra de stand-up Rococó, la actriz y comediante Bimbo dijo:
“¿Quieren que sus parejas duren juntas? Engánchense con una serie. Se mantienen
más unidas que con una criatura”. Y tiene razón. Ese lazo imaginario que tejen
perversamente las series lleva a una adicción similar a la del paco. Todos lo
sabemos: Lost vendía paco. Aún así: ¿quién no estuvo enganchado con Lost? Es
que los hambrientos consumidores del paco catódico se desesperaban con los
cliffhangers que sostenían de los pliegues a todos. Entonces, ¿cuál es la
solución? Un momento: ¿la hay? Aparentemente sí: decirle “no” a las series.
El cálculo matemático
No hay que ser Adrián
Paenza o Descartes o John Forbes Nash Jr. para advertir la simpleza apacible
detrás de los caracteres que vienen a continuación. Hay un cálculo matemático
que todos deberían hacer: ¿pensaron alguna vez en la cantidad de –por ejemplo-
películas que pueden ver en lugar de la temporada X o Y de una serie? Tomemos
como parámetro a un hit: Breaking Bad. Su quinta temporada finaliza el 29 de
septiembre de 2013. 16 son sus episodios. 47 minutos, la duración de cada uno.
¿La cuenta? 16 x 47, episodios x duración. ¿El resultado? 752 minutos de una
sola serie. Vamos de nuevo: el promedio de duración de una película es de 90
minutos. Por tanto, el equivalente a una temporada de Breaking Bad da como
resultado el visionado de 8,35 películas. 8 historias completamente diferentes
entre sí. La fábula de encariñarse con muchos personajes. Y que los problemas
–otra vez: 8 problemas- sean de otros por un rato. Y esa diversidad, alimenta
la experiencia. Esa pluralidad, engorda la pericia. En la variedad está el
secreto. La explotación del único amor catódico es una posición burguesa ante
esa curiosa entelequia llamada “entretenimiento”.
Y esa ecuación toma una
dimensión sideral cuando se contempla la integridad de una serie. Breaking Bad
tiene 5 temporadas de entre 7 y 16 episodios. Hasta el momento –y nadie asegura
que vaya a terminar en la quinta- tiene un total de 54 episodios. Nueva
ecuación a la vista: 54 x 47. 2538 minutos del drama de Walter White. Y aquel
es el equivalente a –presten atención acá- 28,2 películas. Nadie niega de la
calidad de ciertas series. El ejemplo de Breaking Bad no es arbitrario: a) es
actual, b) es una de las mejores. Descartemos, también, el compromiso
desgastante de la fidelidad devota para con las series. Por eso, para culposos
del tiempo, para sibaritas de la variedad, es tocar un culo en lugar de
veintiocho.
En el mismo encuadre de
situación, The Walking Dead, el trabajo desprendido de la mente de Robert
Kirkman, y cuyo piloto –excelente, por cierto- fue dirigido por Frank Darabont,
va por su tercera temporada. Una historia de humanos sobreviviendo a una
epidemia zombie. 35 episodios de 48 minutos cada uno. ¿Cuánta tela se puede
cortar sobre un tópico harto explorado como el de los zombies? ¿Queda vida
después del cine de George A. Romero y los exploitaitions italianos? The
Walking Dead -¡el cómic va por el número 110 y sigue saliendo!- refleja la
repetición en su máxima expresión. Zombies, zombies y zombies. Y al cálculo de
los minutos y la culpa se le suma la variable qualité. ¿Toda su segunda
temporada no es, acaso, un Gran Hermano con zombies? ¿Su tercera temporada no
es el bonus track que nadie pidió? ¿La primera no había terminado ya de una
forma improbable? A la sazón, ¿se acuerdan de Lost? ¿Cuántos humanos se
sintieron defraudados por el final de Lost? Qualité. Culpa. Paco. Adicción.
Palabras que podemos dejar atrás –de aquí y para siempre- evitando doblegarnos
y decir “no” a tiempo. Vale la pena intentar el camino más difícil, el camino
del “no”. El camino de preferir muchas experiencias a una sola. Y si queremos
que el mundo piense que somos geniales, evitemos la impostura. Sepamos que lo
más convincente es la experiencia. Preferir variedad al tedio inculcado. O ser
francos y, simplemente, evitar “pertenecer”. Hacer lo contrario como forma
subversiva o, por antonomasia, encontrar el orden natural de las cosas.
Mientras llegan esos
tiempos, podríamos empezar a fingir que no fingimos.
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