Escribí sobre El Ciclo Infinito para el Suple NO, de Página/12. Acá, la versión online.
Por Hernán Panessi
Press start button. En 120
historia del cine, el director y escritor alemán Alexander Kluge dice que
el nuevo cine surgirá sin que nadie lo planifique. Por eso, no deja de
sorprender que llegue a las pantallas –en medio de la modernidad y la
impostura- un artefacto tan extraño como El Ciclo Infinito, de Zoltan
Sostai. Un film hecho –adrede- como si se tratara de una cinemática de un
videojuego.
Ya lo probó Final
Fantasy: El espíritu en nosotros y lo subrayó fuerte –con otra intención, mismo
resultado- Sucker Punch: Mundo surreal. Acá hay una ausencia: la del
joystick. 78 minutos de un render en tiempo real. Pero: ¿qué es una cinemática?
Una secuencia de video a través de la cual el jugador no tiene control de lo
que acontece. Y así, una incomodidad. Y asá, donde los bytes hacen mella de la
falta de calor humano o del exceso de ceros y unos, El Ciclo Infinito
–pese a que Internet y ciertos festivales internacionales se encargaron de
agigantarla- gravita bien en el medio de la confusión cinéfila y cierto goce
joystickero.
En la historia, Jack, un
astronauta perdido, necesita encontrar la salida de un extraño laberinto
cibernético que lo conduce por varias habitaciones. Para escapar, necesitará de
unas contraseñas. Atrapado en ese mundo virtual que está a punto de
desaparecer, Jack deberá ayudarse de los personajes que irá encontrando para
poder dar con el punto de fuga y volver, de esta forma, a la realidad.
El Ciclo Infinito, ópera
prima del húngaro Sostai, sujeta en una animación hiperrealista, aunque
lejos de gemas futuristas como Tron: El Legado o del desparpajo suntuoso
de Ralph: El Demoledor, es, asimismo, El Ciclo Interminable. La dinámica
de punto de partida –el astronauta vuelve constantemente sobre sus pasos-
dificulta el avance o construcción de una trama posible: es un videojuego en el
cine, no una película basada en un videojuego.
Y, pretendidamente, el
cine del futuro -¿será éste?, ¿será aquel?, ¿no será ninguno?- busca causar en
el espectador el cuestionamiento retórico de: ¿hacia dónde vamos? Y también se
sabe: el futuro llegó hace rato; todo un palo, videogames. Pero en el intento,
este armatoste electrónico no se rescata entre la masturbación de su propia
ruptura –de nuevo: 78 minutos de pura cinemática- y una historia distópica de
agujeros espacio-temporales que ya vimos anteriormente. Incluso, en mejor
factura. Y con todo aquello a cuestas, una particularidad: nuestro país fue el
primero en estrenar comercialmente este largometraje a nivel mundial.
Y bajo el influjo del futuro
–que ayer fue vanguardia, luego un estándar, más tarde demodé y hoy futuro
nuevamente- se estrenó, para consumir con lentes anaglifos, en 3D. El
experimento por un nuevo cine, llevándole la contra a Alexander Kluge y a buena
parte de la modestia, terminó siendo planificado. Y tanto la modernidad como la
impostura se preguntan al unísono: ¿cuál será el botón para adelantar esta
cinemática? Press any button to continue.
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