Nota de tapa sobre Frank Henenlotter para el Sin Aliento, periódico de BAFICI.
No hay mucha rosca: en
términos groserísimos, en la vida podés ser un conformista, un careta o un
trasgresor. Y Frank Henenlotter se inscribió, desde el minuto uno, en el tercer
lote. No dudó jamás y todavía anda por ahí con dignidad: gastó zapatillas
pateando la famosa calle 42º de Nueva York, hizo una carrera en base al sexploitaition
y el gore, y hoy –a sus 63 años- prepara nuevo film sin sexo ni tripas.
Una frase que es un pincel: “Lo más hermoso de la Calle 42º era que encontrabas
como doce cines en una misma cuadra que sólo pasaban películas sucias, de
terror y sexo: era el paraíso”, le dijo Henenlotter al -ahora incunable- #3 de
la Revista La Cosa. Es que pudiendo dar el paso firme en el conformismo o la
careteada –el lado más obvio: tiene educación universitaria de larga data, es
un tipo cultísimo- decidió utilizar a su favor todo el hedor a podredumbre
–trasgresora- que emanaban los miles y miles de metros de rollos fílmicos
consumidos con voracidad asesina. Y forjar una genética a contrapelo de las
convenciones. A su favor, decimos, porque el resultado de una cinefilia dura –y
heterodoxa- lo convirtió en un cineasta vertiginoso capaz de mezclar a Federico
Fellini, Michael Powell y Búster Keaton con historias extremas llenas de tetas
y triperíos.
“Frank tiene conocimiento
enciclopédico de las cosas”, asoma, visiblemente cariñoso, Axel Kuschevatzky,
el Lionel Messi de los productores argentinos y confeso mejor amigo. Y tiene
razón: su cine es deforme, mugriento y demente pero siempre consciente de una
cinemanía inacabable. Ahí, al costado de los engendros, nadando en un mar de
sangre y órganos glandulosos, maridan, sin solución de continuidad, alegatos
contra las drogas con ¡nudies-cuties! Y, sin ponerse colorado, en cada
fotograma, regala un sinfín de influencias que parecen pop pero son rock.
Entretanto, Henenlotter, desde su fundacional Basket Case (“debe ser la
peor película de todo el festival”, comentó risueño en la presentación que dio
en este BAFICI 16), viene dando cuenta de un postulado posible: siempre se
puede ir más hasta el fondo. Es decir, su cine es más profundo que el shock por
el shock mismo. Entonces, se encarga de incomodar, siendo él –la cita le
corresponde a Kuschevatzky- “el tipo más civilizado del mundo”. Por eso, en sus
cosmos posibles, todo convive con disconformidad: nada está en el lugar que
merece. Sí, un tipo que baja línea a los toma líneas puede regalar, también,
dos horas de go-go dancers sin remera agitando sus bubis al viento. Sino,
acaso, hablando de cuestiones que no están en el lugar que deberían, vean a los
personajes de Basket Case 3, que llevan –como si nada, allí su dulzura,
allá su sensatez- brazos en lugar de ojos, ojos en lugar de brazos.
Asimismo, estiró hasta el
límite la capacidad permitida de freaks en pantalla bajando el cuadro de oro de
San Tod Browning. De manera que la zona de discomfort va agrandándose o
achicándose según sus preferencias: uno puede olfatear que sus películas son,
en algún punto, autobiográficas. Que, pese a que refieran a parásitos
cerebrales, muestran el lado sensible de una sociedad abollada en todos sus
costados. En rigor, Henenlotter decidió hacer películas con lo que el mundo, en
general, desprecia. ¿Por ejemplo? Frankenhooker, donde el cine de género
se entroniza en el cuerpo de una prostituta frankesteiana. No descoloca: “Tiene
conocimiento de cine clásico, norteamericano, italiano, francés, de todos los
países”, aporta Kuscheva. Así las cosas, su filmografía se sintetiza en
posturas extremas. ¿Alguien gritó Brain Damage? ¿Con qué se come That’s
Sexploitaition? Hay sangre, hay gente en bolas. Y una rápida visita a su
entrada a Wikipedia en inglés lo señala como un hacedor de “comedias de
horror”. ¿Su capital más evidente es Bad Biology? Es probable. Como
también lo es que su ADN de bordes –acopió cuanto mugriento 8mm., 16mm. y 32mm.
halló- lo lleve a convertirse, sin pasar nunca por los cánones establecidos
(dato: odia con pasión a los Premios Oscar), en un cineasta trasgresor. Ni
conformista, ni careta: un tipo que, después de despacharse con una
investigación sobre Herschell Gordon Lewis (sí, abuela, “el padrino del gore”)
puede mandarse a filmar una película donde no haya ni una sola teta, ni una
sola gota de sangre. Y que aquello, dándole mil vueltas carnero al tendal de
las cult movies, signifique transgredir.
Amigos son los amigos
Por Axel Kuschevatzky
Somos amigos desde el año
1994. De todos estos años de amistad, uno de nuestros grandes placeres en común
es poder compartir una lectura del cine de mucha diversidad. Nos conocimos
mediante Michael Weldon (el de Psychotronic Video), con quien me mandaba
cartas. Él tenía un negocio en Manhattan donde vendía afiches, juguetes y
películas. Quedé en que, cuando viajara, le iba a llevar pósters, afiches y
cosas argentinas. Un día me llamó y me dijo que no le deje nada en el negocio,
que lo había cerrado, que mejor se las lleve a un amigo. Me da un teléfono y un
nombre: “Frank”. ¿Frank? Sí, Frank Henenlotter, el de Basket Case.
Entonces fui y le dije: “¿Te puedo hacer una entrevista?”. Hicimos una nota de
una hora y media en su casa. Desde entonces, cada vez que viajo a Nueva York,
nos juntamos, vamos a almorzar juntos. Más de una vez, junto con Santiago
Calori, Scooter McCrae y Frank nos tomamos un micro para ir a Chiller, una
convención de cine de terror en Nueva Jersey. Así, con el tiempo, nos hicimos
muy amigos. Incluso, vio la entrega de los Premios Oscar por mí el año en que
ganó El Secreto de sus Ojos. Ahora vino a la Argentina. El otro día
presentamos juntos Basket Case en BAFICI: se me hacía un nudo en la
garganta de la emoción. Para mí, Frank, más que un amigo, es un hermano.
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