Una defensa urgente a Lionel Messi, el mejor jugador de fútbol del mundo.
El cuello del cisne
Llega el Mundial y Lionel Messi, el mejor de todos, viene de perder en varios frentes con su Barça. De eso, la mediocridad –que se caracteriza por hacer leña del árbol caído- saca pecho y se entroniza en lo que mejor sabe: criticar sin piedad. Aquí, una defensa urgente, innecesaria y pasional.
Por Hernán Panessi
“Y la pelota es un sentimiento. Y es bueno encontrar
alguno despierto.”
Andrés Calamaro en “No
tan Buenos Aires” (Honestidad Brutal, 1999)
Anda golpeado, triste, ansioso. Ante la
inmensidad de su obra, la ignonimia no permite vaivenes: «Mercenario»,
le dice a Messi un tipo que, de lunes a viernes, de 9 a 18Hs, se guarda los
pedos para no tirárselos en la oficina donde trabaja. Con esto, se le quiere
torcer el cuello al cisne. No da, pero éstas son las minucias de los tiempos
que corren: un gris -cualquier gris- le puede decir lo que le pinte al uno -al
número uno-. ¿Quién lo permitió? ¿Cuándo arrancó este paradigma? ¿Hasta dónde
se pliega? ¿Por qué el mundo es malagradecido? ¿Cuál es la herida narcisista
que se pretende saldar proyectando frustraciones? ¿Messi es un “mercenario”?
¿Qué es Messi?
Los números de Lionel Andrés Messi
Cuccittini en FC Barcelona: lleva jugados, hasta el sábado 19 de abril de 2014,
420 partidos y anotados 351 goles. Tiene un 0.82 promedio de gol. Es decir,
casi 1 gol por partido. Arrasador. Ostenta alrededor de 100 récords
internacionales: mayor cantidad de goles en un mismo año, único jugador en
haber sido máximo goleador y máximo asistente en una misma temporada, único
jugador en la historia capaz de lograr en una misma temporada el Balón de Oro,
FIFA World Player, el Trofeo Pichichi y la Bota de Oro, entre muchas marcas
más. Ganó: Ligas, Copas del Rey, Champions League y cuanto torneo apareció en
el apretadísimo calendario europeo. «Mercenario» se anima a decirle la nada a
la eternidad.
Y el fútbol con Messi cambió para
siempre: con la misma pelota que vienen pateando desde la concepción del
deporte en 1863, él hizo otra cosa. Una distinta, única, particular; con formas
cuidadas, artísticas, fenomenales. Hace, a la sazón, con lo mismo que todos,
algo mejor: la trata como nadie, se enamora de ella, se obsesiona hasta el fin,
la maneja como el Romeo más enamorado de todos. Ama cada gajo, cada poro, cada
parte de su forma oval, cada pedacito de cuerina. Messi le dio, a este deporte
y a todos sus amantes en general, la expresión –más pornográfica que erótica-
de la victoria como única forma de vida. La victoria como una demostración de
amor. Ahí, se volvió extraclases, un ejemplo para los más débiles, al demostrar
cómo un petiso criollito de 67Kg. puede comerse crudas –a pura gambeta y
remolino, haciendo uso de una elasticidad mutante- a las fieras más titánicas
–duras, férreas, genéticamente ventajosas- del globo. Por eso, en un planeta de
mediocres, el pico de su pedo se le pianta por el culo al salame promedio ante
un pequeño desliz. En estos meses, Lionel Messi, el más perfecto jugador de
fútbol en la actualidad y uno de los más selectos de la historia de la Humanidad,
perdió la Santísima Trinidad: Liga, Copa y Champions. Aún así, bien vale el
sesgo para pintar este cuadro: Messi es el mejor ganando o perdiendo. Su ADN es
ganador; pero los devenires, imperfectos.
Y no se sabe si fue la ciencia o la
providencia divina pero Messi es terrícola. Y vaya a saber qué coincidencia
cósmica lo hizo nacer en Rosario, en la provincia de Santa Fe. Y vaya a saber
qué otra coincidencia –cósmica, geográfica- hizo que Rosario quede entre los
2.780.400 km² de
terreno argentino. Sí, Messi –y acá Dios certifica que, a veces, apreta todos
los botones juntos- es argentino, aunque bien podría ser español, brasilero o
inglés. O alienígena. Pero no, ese enfermo de la caprichosa, ese Oliver Atom de
carne y hueso, es argentino. Y hasta la médula. ¿Escucharon alguna vez el
acento de cualquier argentino que vivió 15 minutos en Madrid o anduvo de paso
por el aeropuerto de Barajas? Ajám. Messi vive en Barcelona desde sus 12 años,
y hoy tiene 26. ¿Lo escucharon hablar? Sí, suena más argentino que el mate, que
el Diego, que la birome o que cualquier argentino que vivió 15 minutos en
Madrid o anduvo de paso por el aeropuerto de Barajas. ¿Qué no canta el himno?
¡Que haga lo que quiera! ¿Lo vieron besarse la celeste y blanca? ¡Eso es amor!
¿Quiénes ponen esas disparatadas categorías de cariño? ¿¡A quién le tiene que
demostrar algo, en un universo teñido por la vulgaridad, el tipo que es el
mejor en lo que hace!?
Él juega al fútbol, es así. Y ya pasó
antes, con ese cosmos malagradecido que siempre bebió del néctar del
resentimiento y se animó a criticar algunos aspectos satelitales de D10S: que
es mal padre, que se drogó, que es bocón, que esto, que aquello. Mierda, todo
es mierda. Ya se lo preguntó y respondió Manu Chau: «¿Si yo
fuera Maradona? ¡Sería mucho peor!». Pero Maradona no necesita defensas. Y
Messi, mucho menos. Él juega al fútbol, hace lo que quiere y, vaya a
casualidad, es el mejor. «Mercenario», dice un gris cualquiera mientras se
pierde en la bruma de sus propios flatos llenos de desayunos de Burger King y
mediodías de comidas compradas en un chino de esos que venden alimentos por
kilo. La ignonimia no se toma licencia: «¿Si yo fuera Lío Messi? ¡Sería
mucho peor!». Entonces, pese al absurdo previsible de la pavada, el cuello de
este cisne –que anda golpeado, triste, ansioso- se dobla pero no se rompe:
aunque lo quieran ver muerto, ese cisne sigue siendo el mejor de todos.
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