Crítica cinematográfica de Las Aventuras de Nahuel

MEDIO: Revista Debate
FECHA: Julio 2011
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Las leyendas continúan
Autoproclamada como “el primer largometraje en la Argentina donde se conjugan los títeres y los dibujos animados”, llega la película Las aventuras de Nahuel, dirigida por Alejandro Malowicki

Por Hernán Panessi

Un niño llamado Nahuel huye de su hogar creyendo que su mamá lo ha abandonado, recorre la ciudad buscándola e ignorando que ella está empeñada en encontrarlo. Una noche, junto con su nuevo amigo, un gato murguero llamado Busca, revolviendo la basura, encuentran un libro que emite destellos y parece tener vida propia. La imaginación de Nahuel los transportará a ambos hasta un mágico mundo de leyendas -la novedad es que pertenecen al imaginario latinoamericano- y a partir de ahí vivirán aventuras emocionantes. La historia de la madre quedará desdibujada en pos de estos destellos de leyendas nuestras.
Su realizador, que ya dirigió la versión de Pinocho de 1986, protagonizada por Soledad Silveyra y Gianni Lunadei, y supo ser presidente de la Asociación de Productores de Cine para la Infancia, resulta un pionero del cine de animación nacional cuyo trabajo antecede a las escuetas producciones que ha tenido el género en estas pampas, desde la gloriosa Mercano, el marciano, de Juan Antín, la sobrevalorada Manuelita, de Manuel García Ferré, o la más actual y desigual Cuentos de la selva, de Norman Ruiz y Liliana Romero.
Los veteranos acólitos de Caloi en su Tinta se sentirán cómodos en su regazo, mas no tanto así los espectadores muy jóvenes acostumbrados a la espectacularidad de la tríada norteamericana de Disney, Pixar y DreamWorks o a las ocurrencias orientales de Hayao Miyazaki, Isao Takahata y su Studio Ghibli. No es que la parte técnica esté por debajo de las expectativas, en absoluto. Es que la mixtura de leyendas de pueblos originarios -guaraníes, onas, mapuches y collas-, con animación de muñequitos -que desde el corto El retrato de la peste, de Lucila Las Heras, o el mediometraje Plata segura, de Néstor Frenkel, hasta acá no ha habido nada interesante en el plano criollo- y una oferta narrativa pretendidamente curricular -“¿no sabías vos que los libros no muerden”, “¿qué es una leyenda?, nunca oí esa palabra”, se escucha decir por allí- hacen, de verdad, lamentablemente, dificultosa su decodificación. Es comercialmente sabido que los espectadores más noveles prefieren la espectacularidad -acá entraría Pixar con Toy Story 3, sí, pero además Disney con El Rey León o Cenicienta-, cual consecuencia de su formación hipodérmica y verticalista. “El cine para chicos es y ha sido siempre norteamericano en casi su totalidad. Ese chico, en la etapa más crucial de su formación, suele no conocer otro modelo, otro formato. Por los dibujos animados, le resultan más familiares Oklahoma o Texas que Jujuy o Corrientes”, ha reconocido el mismo Alejandro Malowicki alguna vez.
Tanto la animación a pincel -bellísimo estilo tipo ilustración de splash page de cuentos infantiles o novelitas cortas e integradoras con la intención de Jim Henson de animación 2D y stop motion por recortes- como la referida a marionetas con hilos -aun a sabiendas de la diferenciación entre “cine infantil” y “cine de animación”, entelequias que a veces suelen confundirse- funcionan óptimamente pero, de momentos, pese a este aspecto positivo y fundamental para el cine de entretenimiento, lo que falla en Las aventuras de Nahuel es su guión. Endeble y abarrotado guión. Apuntando a un público que tiene entre 3 y 9 años, se torna un tanto confuso, saltando desde un trampolín entre leyenda y leyenda. A su modo, Malowicki intenta afablemente introducir demasiadas problemáticas a resolver en “sólo” una hora y dieciocho minutos. Si una película de animación para niños necesita apoyarse en constantes e improductivas intromisiones a submundos, eso puede ser señal de que no está funcionando como debería. Entonces, el espectador, a la hora de ir a ver esta película, tendrá que tener bien en cuenta que sus ritmos -por añadidura: los tiempos internos, sus transiciones entre aventura y aventura- son un tanto dispersos y que, con el correr de los minutos, olvidará realmente cuál era su premisa inicial, perdiendo el hilo, el intríngulis de la ficción. Tambalea, acá, el hecho de que Nahuel, su protagonista, esté desesperado buscando a su madre -hete aquí el plot iniciático- o, simplemente, parecería que la cosa virara por los viajes que mantendrá con sus amigos imaginarios -por los que finalmente se desplazará todo el relato; embrollando, así, el motivo primario de la acción-. Las aventuras..., entonces, funcionaría mejor no como película destinada a los cines sino como, por ejemplo, una miniserie para televisión dividiendo la cuestión en cada aventura mayéutica devenida didáctica -y así en episodios- en las que se entrometa el protagonista. O, tal vez, y es que así parecería haber sido craneada, como para utilizarse en proyecciones lúdicas escolares.
En consecuencia, si bien signado por algunos clichés del género, es positivo el intento y de por sí siempre bienvenido, más cuando estamos hablando de realizaciones de animación infantil en 35mm, misteriosamente faltantes en la palestra.

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