Nota sobre Rubicon

MEDIO: Revista Haciendo Cine
FECHA: Marzo 2011
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Intriga internacional

“Previously on the AMC’s...” es uno de los nuevos latiguillos amados por los fanáticos de las series. Y justamente es la AMC quien nos trae, en Argentina vía ISAT Channel, a Rubicon, una de enrollos políticos con implicancias globales y ambientes grises como el cemento.

Es cantado que la cadena norteamericana AMC tomó la posta en esto de la realización de series originales. De ella surgieron nada más ni nada menos que exitosísimos seriales modernos de la talla de Mad Men, Breaking Bad, The Prisoner, Rubicon, The Walking Dead y The Killing (adaptación de la danesa Forbrydelsen). Precisamente, la cuarta en salir de este ascendente canal de cable, Rubicon, desembarcará pronto en nuestro país de la mano del siempre renovado ISAT Channel.
Considerada por la opinión pública como el reemplazo natural para 24, Rubicon tiene la difícil tarea de conquistar espectadores en un terreno donde Jack Bauer arrasó con todo y donde la acefalía, claro, puede hacer mudar preferencias. Aunque, mucha atención a lo siguiente: la serie de AMC apela casi íntegramente a la “acción intelectual” y no demanda tanto de las armas sino que se acerca mucho más a los thrillers políticos del Hollywood de los 70s, sosteniendo vínculos narrativos con películas como La conversación (The Conversation, 1974), Los tres días del condor (Three Days of the Condor, 1975), con quien comparte -sobre todo- la idea del primer capítulo, y Todos los hombres del presidente (All the President’s Men, 1976). En consecuencia, el sombrío protagonista Will Travers (James Badge Dale, el Robert Leckie de The Pacific) no puede estar más lejos del agente federal encarnado por Kiefer Sutherland.
Bajo términos concretos, Rubicon, que toma su nombre del río de Roma que durante la época de Julio César no podía cruzarse con las legiones, a riesgo de quien lo hiciera se le acusara de traición, soplando un poco de qué va la trama, trata sobre una conspiración mundial de alto nivel, en la que un analista que trabaja para un think tank neoyorkino del gobierno de los Estados Unidos, el Instituto de Política Americana, esas instituciones investigadoras muy usadas en los círculos políticos tan presentes en el imaginario cinematográfico, descubre algo que puede cambiar el designio de las cosas. Allí, en ese terreno tan propicio para el paranoiqueo, encontrará unos patrones en los crucigramas de los periódicos que serán el detonante de lo que parece la puesta en marcha de un misterioso e inquietante complot internacional.
Emitido su piloto originalmente al final de la tercera temporada de Breaking Bad, esta serie de 13 episodios contiene los vaivenes de un convoy de mentes brillantes, movidos en un ambiente austero e inquietante, propenso a la paranoia y la depresión. No por nada Travers, quien lleva adelante la historia, no ha superado las pérdidas del 11-S y transmite, sin solución de continuidad, toda la carga de angustia que arrastra, además de ser atosigado moral y mentalmente por sus tres compañeros analistas.
Apelando a nuestro intelecto, esta serie, movida por los ámbitos de inteligencia tanto civil como militar, promete ser, pese a sus ritmos intrincados y pausados, difíciles para la televisión contemporánea, enigma tras enigma, obsesión tras obsesión, una de esas que conquistan al espectador. Hay que saber que a partir del episodio 5 se vuelve sumamente adictiva y que sus cuatro últimos capítulos son magistrales. Eso sí, no esperen tiros y explosiones a rolete porque no los tiene. Los huerfanitos de 24, para llenar su hueco, tendrán que ir a otro lado. Es así.

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